Una decisión de fe

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Zara Zambrano Vallarino

El 7 de febrero de 2010 nació una niña que, seis meses antes, había sido diagnosticada con síndrome de Down. El médico preguntó a los padres si querían que la bebé viniera al mundo o no, pero ellos pensaban que no eran quienes para decidir sobre la vida de la criatura. Para sorpresa de todos, la bebé nació sin el síndrome.

Cuatro años después, el 30 de mayo, la pareja recibió a su tercer bebé, esta vez un niño con dicho síndrome. Sus padres no tardaron en darse cuenta de que Dios los había preparado para tener a su nuevo hijo, a quien de cariño llamaban Kiro. En casa le esperaban sus dos hermanas, emocionadas y curiosas por conocerlo.

Como familia, les tocó aprender e instruirse para darle a Kiro la mejor vida posible. Sus hermanas y sus padres se emocionaban y aplaudían cada logro de su vida, por más pequeño que fuera.

El síndrome de Down no es una enfermedad, sino una condición. Es la principal causa de discapacidad intelectual y la alteración genética humana más común que se produce de forma espontánea. Esta condición hace que los niños aprendan de manera diferente a los demás y también les dificulta el área del habla. Se trata de "una afección en la que una persona tiene un cromosoma adicional o una parte adicional de un cromosoma. Esta copia adicional cambia la forma en que se desarrollan el cuerpo y el cerebro de un bebé. Esto puede causar desafíos tanto mentales como físicos durante la vida", según señala el portal MedlinePlus.gov.

Al crecer, el mayor reto para su familia fue proporcionarle una buena educación. Las escuelas no lo aceptaban sin un tutor, porque pensaban que las personas con alguna discapacidad intelectual no eran capaces de convivir en un ambiente escolar “normal”. Debido a esto, tuvieron que buscar centros educativos con aulas especiales, donde atendían a niños con otras discapacidades; a esto se le llama inclusión, pero es más bien una forma de exclusión de individuos que son igual de capaces, inteligentes y pueden alcanzar grandes logros si se les da la oportunidad.

Son muchos los países que preparan a las personas con discapacidad para adaptarse a la sociedad, cuando debería ser todo lo contrario: la sociedad debería adecuarse a las personas con alguna limitación. Ellas tienen el derecho de ser tratadas con justicia y equidad, y deben gozar de las mismas oportunidades que los demás, respetando su autonomía y capacidad para tomar decisiones.

Todos tenemos una vida con propósito, y seguro que la de Kiro fue enseñar a su familia y a las personas alrededor a ser tolerantes, persistentes, empáticos, sensibles, agradecidos, a valorar cada detalle, a sorprenderse ante el milagro de lo cotidiano, como ver caer la lluvia, y a tener paciencia en un mundo que vive a gran velocidad.

Kiro, con su amor, alegría y gran personalidad, no alberga en su corazón maldad o malicia. Esparce amor a su paso y cautiva con su gran sonrisa, ganándose así el corazón, el cariño, la admiración y el respeto de todo aquel que se cruza en su camino.

Esta es la historia de mi hermano Enrique Alejandro, que llegó a mí para cambiarme la vida. Comparto su historia con el mundo para que impacte la vida de otros también. Porque, como leí en una ocasión: "La verdadera discapacidad es la incapacidad para entender que todos tenemos capacidades distintas".

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