Nota del editor
El siguiente texto está inspirado en la vida del icónico artista neerlandés Vincent Van Gogh. Es un relato contado en primera persona, desde la persepectiva de una valiente autora, para destacar la vida y obra de uno de los principales exponentes del postimpresionismo.
El 30 de marzo de 1853, Anna dio a luz a un niño pelirrojo en Zundert, Países Bajos. Ese soy yo, y me llamaron Vincent Van Gogh.
Asistía al colegio como cualquier niño, pero pronto descubrí que socializar no era lo mío. Mis compañeros de clase comenzaron a crear ideas falsas cuando se enteraron de que nací después de un hermano que murió al poco tiempo de nacer. Decían que yo era un “reemplazo”. Con el tiempo, esos rumores continuaron. Cansado de esto y de la soledad, dejé el colegio a los quince años.
En 1869, empecé a visitar mucho los museos. Me fascinaba observar los diferentes estilos, colores, y sumergirme en los olores de las pinturas. También quería plasmar mis ideas en grandes lienzos, hacer que otros vieran el mundo como lo veían mis ojos. Así que me inscribí como aprendiz en una compañía de bellas artes.
Me sentí orgulloso al crear mi primer cuadro, pero otro aprendiz tropezó, haciendo que unos óleos mancharan mi obra, y estallé en ira. Me abalancé sobre él, lo rasguñé mientras otros intentaban separarnos. Fui enviado a un especialista en conducta. Quedé confundido, nunca había experimentado un descontrol así. Esta fue la primera crisis de mi vida.
Tiempo después, a mis 22 años, sufrí mi segunda crisis tras ser rechazado en matrimonio por una joven de la que estaba enamorado. Me afectó tanto que perdí el trabajo que tenía.
Viajé a París para aprender nuevas técnicas de pintura. Allí conocí a Paul Gauguin, un apasionado del arte como yo. Ocho años después, comencé a discutir con mi colega, pero en una ocasión sobrepasé los límites en una de esas discusiones. En la sala de mi casa, enloquecí, agarré una navaja y la lancé, rozando el pómulo del artista. ¿Cómo pude hacer esto? “Estás loco”, dijo Paul antes de salir por la puerta. En un impulso, me corté yo mismo el lóbulo de la oreja. Esta fue mi tercera y más grande crisis.
La noticia de lo sucedido se corrió, y volví a estar en boca de muchos. Al no entender la razón de mis acciones, contacté a mi hermano menor, Theo.
Ambos estábamos preocupados de que no pudiera volver a pintar por mis problemas, así que ingresé voluntariamente a un hospital psiquiátrico. Me diagnosticaron varias enfermedades relacionadas con esquizofrenia y trastornos bipolares, y al final me declararon con discapacidad mental. Empecé a odiar las cuatro paredes, pero eso no me impidió crear 150 cuadros en un año.
Crear era lo único que evitaba que me volviera completamente loco. Alucinaciones, cambios de humor, delirios... todo eso me angustiaba cuando estaba consciente. Esto comenzó el 22 de febrero de 1890. Theo me llevó a su casa para ver si mejoraba en un lugar más tranquilo, y lo noté dolido por cómo me encontraba con el paso de los días.
La depresión me consumía. Agarré un revólver y me disparé en el pecho. El sonido fue tan fuerte que Theo entró de inmediato a la habitación y me abrazó con fuerza, con lágrimas en su rostro. Morí el 29 de julio de ese mismo año. Al final, le dejé mis obras a Theo. En vida, fui considerado un loco incomprendido por muchos, y en la muerte, un pintor que, años después, revolucionó el arte.
¿Quieres participar?
¡Inscríbete en El Torneo en Línea de Lectoescritura (TELLE) y apoya a los escritores evaluando sus crónicas!
Apoya a los jovenes
¿Sabías que puedes apoyar a los jóvenes escritores con la compra de sus libros de crónicas?