Otra cabeza, otro mundo

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María Camila May Lombardi

Vivir con una persona que tiene una discapacidad es una experiencia verdaderamente inspiradora. Les contaré un poco acerca de mi hermano, un joven autista de dieciséis años.

Nació el 6 de abril de 2006. Desde ese momento, ha traído mucha felicidad a nuestras vidas con su hermosa sonrisa. Al principio, mis padres no estaban seguros acerca de su condición; no fue hasta finales de 2008 que una especialista le realizó un diagnóstico y algunas pruebas, confirmando que tenía autismo. Esto ocurrió poco antes de que yo naciera, el 1 de enero de 2009.

Según la Organización Mundial de la Salud, "el autismo —denominado también trastorno del espectro autista (TEA)— constituye un grupo de afecciones diversas relacionadas con el desarrollo del cerebro". Aproximadamente uno de cada 100 niños en el mundo tiene autismo. El organismo detalla que esta condición se caracteriza por algún grado de dificultad en la interacción social y la comunicación. "Otras características que presenta son patrones atípicos de actividad y comportamiento; por ejemplo, dificultad para pasar de una actividad a otra, gran atención a los detalles y reacciones poco habituales a las sensaciones".

Mi hermano me ha enseñado mucho. De él aprendí que, con paciencia, puedo lograr lo que sea; todo es cuestión de esperar el tiempo perfecto.

Una de las primeras terapias que realizó para aprender a comunicarse fue con una fonoaudióloga, quien, desde la primera sesión, estuvo dispuesta a enseñarle todo lo necesario respecto a las dificultades que él presentaba en el lenguaje, la deglución, el tono de su voz y la audición. Aún hoy continúa con otras especialistas que le ayudan en el área de la socialización.

Algo que jamás olvidaré fue el primer día que asistió a un centro escolar. Como familia, estuvimos emocionados por el trato increíble que recibió. Lo podría definir en una sola palabra: INCLUSIÓN, no solo por parte de los maestros y de la junta directiva del plantel, sino también de sus compañeros, quienes jamás lo rechazaron ni excluyeron.

A finales de 2022, a la edad de dieciséis años, a mi hermano le afectó muchísimo el encierro a causa de la pandemia del coronavirus, a tal grado que le resultaba difícil volver a lidiar con chicos de otro nivel académico en un salón de clases. Por tal motivo, mis padres decidieron buscar otro colegio más especializado, con estudiantes que presentaran las mismas condiciones. Definitivamente, fue un cambio difícil, pero al final resultó ser la mejor elección.

Hay días en los que me siento agotada por estudiar, pero luego lo observo y su presencia llega a mi mente como una fuente de inspiración, y me digo a mí misma: "Míralo a él, siempre mantiene una buena actitud y se esfuerza en todo lo que hace". A esto le llamo recarga energética.

Hoy en día, guardo un bello recuerdo de cuando éramos pequeños. A él le costaba mucho comunicarse, y lo ayudamos a seguir adelante. Doy gracias a Dios por la dicha de contar siempre con el apoyo del mejor equipo: la familia.

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